miércoles, 2 de marzo de 2016

"La Resistencia" vs "La Ofensiva Feminazi"

Unirse a las redes sociales es como apuntarse a un bombardeo. Un bombardeo que ríete tú de las pasaditas de la RAF sobre Dresde en el 45. Igual de contumaz, pero más variopinto en las municiones empleadas. Aunque eso ya depende de las "amistades" con las que cuentes.

Gatitos, bebés, recetas de cupcakes, adorables perritos y citas ñoñas de autoayuda son algunas de las armas de destrucción masiva que sufro en silencio, mientras siento la misantropía avanzar por mis venas a ritmo de "blitzkrieg".

Pero entre este bombardeo de tan  letales como anodinas basuras, hay otras muchas cosas que brillan, aportan, informan o divierten. Y ya, a otro nivel, toca poner las que instruyen, enriquecen y obligan a pensar, a darle una vuelta a la cabeza, a replantearte seguridades que parecían inamovibles. Esas son las buenas, las que reconcilian con la humanidad y con uno mismo, las que hacen crecer. Las que me ponen. Y esas -por suerte-, haberlas, haylas. Me centraré en la que más me está dando que pensar últimamente.

Nunca me había interesado demasiado por el feminismo. Es un mal muy extendido entre la militancia masculina de izquierda. Tender a dar por hecho -con viril prepotencia- que el sexismo es una tara que todo macho revolucionario tiene superada por ciencia infusa o por algún otro arte de magia. Como si el simple hecho de ejercer una militancia fuera una especie de antídoto que te hiciera inmune ante el omnipotente sistema patriarcal, impuesto a sangre y fuego e incuestionado durante miles de años.

Craso error, amiguitos. Confiar en ese antídoto es como usar homeopatía contra el cáncer, el catarro o la caspa -da igual- : un ridículo fraude. Por mucho que venda.

Nos indignamos con facilidad ante los casos de violencia extrema contra las mujeres -es de manual-, pero se nos escapa un sinfín de actitudes y comportamientos socialmente aceptados, que apuntalan un sistema de poder que oprime a más de la mitad de la población. Parece que si el problema no está señalizado con un llamativo charco de sangre, se nos hace invisible. Grave problema.

Tendemos a calificar como"enfermos" aislados a los agresores o asesinos de mujeres, cuando estos actos -como le oí decir a un psicólogo en un programa de televisión- no los provoca una enfermedad, sino una ideología. Una ideología supremacista masculina basada en la dominación de las mujeres.

Pues bien, los textos feministas que bombardean las redes sociales que frecuento, hacen una eficaz labor de identificación y denuncia de estas actitudes y comportamientos que apuntaba antes. Y es ahí donde empieza el conflicto. Cuando muchos hombres nos vemos reflejados en ese espejo, pero la imagen que nos devuelve no es la que esperábamos. Es fea, muy fea. Entonces muchos, demasiados, organizan "La Resistencia", cierran filas, adoptan la formación de tortuga a la romana y gritan como un solo hombre -muy hombre, eso sí-: ¡Que vienen las "feminazis"!

Es sorprendente el nivel de agresividad de los comentarios masculinos a algunas publicaciones feministas. Los insultos, las amenazas y los espumarajos de rabia de muchos son de una virulencia que acojona. Se esté o no de acuerdo, ¿tan difícil es encajar una crítica? Por lo visto, para algunos, si viene de una mujer, sí.

Incluso entre hombres en ámbitos supuestamente libres de machismo, se nota el escozor que provoca la crítica. Nos ponemos a la defensiva, acusamos de exagerar y rechazamos el tono del discurso por exceso de agresividad. Me acuerdo entonces de la Patronal mostrándose como víctima de las "abusivas" reivindicaciones obreras, diciendo que trabajadores y trabajadoras exageran en sus quejas, y que bueno, que están de acuerdo con el derecho a la protesta, siempre y cuando no molesten demasiado. Y entonces, me vuelvo a ver feo en el espejo. Muy feo.

Está claro que nadie es culpable de la educación que ha recibido. Pero todas las personas somos responsables de ponerla en cuestión, de revisarla, de comprobar si es o no correcta, y si no lo es, luchar por desinstalarla de nuestras memorias.

No es momento de resistir. Es momento de leer, observar y escuchar. De preguntar y hacerse preguntas. De familiarizarse con conceptos como el de la crítica al "amor romántico", con términos como "androcentrismo", "micromachismos", "mansplaining" y muchos más.

Creo que, honestamente, todos los hombres deberíamos asumir con humildad que tenemos mucho que aprender. Y lo que es más necesario y mucho más difícil: muchísimo que desaprender.

Yo, por lo pronto y para empezar, me voy a declarar desertor de "La Resistencia". Que me fusilen por cobarde y por traidor.

Y por poco hombre.

1 comentario:

  1. Interesante... pero discutible. De todos modos, es un placer leerte.
    Saludos

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